lunes, 8 de octubre de 2012

CAPITULO I


Escondido tras la yerba, en un atardecer nublado y lluvioso, acechando como cazador salvaje que espera el momento propicio y la señal que le confirme lo que esta noche habrá de hacer, la lluvia es fuerte aunque no torrencial, escurre gota a gota por su traje camuflajeado, su fusil apunta al centro de aquella aldea y observa, casi contemplando, como los niños juegan, como los hombres llegan a sus humildes hogares después de  14 horas de trabajo en el campo, cada detalle pasa frente a sus ojos como película en cámara lenta.

Su mirada esta fija y no pierde detalle, sus oídos perfectamente educados están en máxima alerta, tras de él hay un batallón esperando una señal para entrar en acción, todos saben que tienen que hacer, las instrucciones fueron claras y directas, no hay espacio para errores, ellos están allí para actuar no para pensar, para pensar están los jefes que fueron claros al decir que debían hacer.

Poco a poco la luz fue desapareciendo y fueron las tinieblas de la noche las que cubrieron a la fuerza elite de combate, los niños ya estaban ingresando a sus hogares, las amas de casa preparaban en sus precarios recintos, la familia se preparaba para alimentarse de tortillas de maíz y cualquier cosa que pudiera proveer algún alimento, los tiempos no habían sido buenos y la guerra les dejaba muy poco para vivir.

El batallón seguía afuera, inmóviles, soportando las inclemencias del tiempo, la lluvia arreciaba y los relámpagos iluminaban la noche, la temperatura descendía bruscamente, nada de esto los alteraría, habían sido entrenados en el recinto especial en Poptun, no eran cualquier soldado, eran Kaibiles, fuerza elite alrededor de la cual circulaban muchas leyendas de lo  más cruentas y sanguinarias, ellos nunca las confirmaban ni las negaban, alimentando el morbo y el misterio que rodeaba su rango, casi saboreando el miedo que su presencia producía en las comunidades.

Solo sombras podían observar proyectadas en las casa de adobe, eran paredes sin ventanas pues la guerra les había enseñado que las ventanas eran peligrosas, podrían entrar balas perdidas, visitas inesperadas o antorchas incendiarias, las casas eran mas bien cubos  con una única abertura que era la utilizada como puerta de acceso, sus miradas tenían identificados sus objetivos, la tarde había sido aprovechada para cuantificar el número de aldeanos, los caminos de acceso habían sido cuidadosamente bloqueados para que nadie pudiera entrar o salir de aquel lugar, todo estaba preparado.

Solo un aldeano sabia de aquella presencia, solo el sabía lo que estaba por venir, su casa estaba marcada con un símbolo en forma de cruz en su puerta, un símbolo que para todos pasaría desapercibido pero que para él y el batallón era la señal que haría la diferencia, antes del anochecer llamo a su esposa y sus hijas, cerró la puerta y les prohibió salir, se sentó recostado en la puerta bloqueando cualquier intento de su familia de salir de la vivienda, ellas lo miraban llenas de angustia y miedo, el simplemente empino sobre sus labios la botella de aguardiente, cerró los ojos y espero que el alcohol adormeciera sus sentidos.

En el cuartel, no muy lejos de allí, los oficiales saciaban sus instintos con las “putitas” que habían llevado para pasar el tiempo, niñas de no más de 15 años que vendían sus cuerpos a cambio de un poco de dinero para sobrevivir, en el mejor de los casos, o bien a cambio de mantener con vida a sus familias, con el ron recorriendo sus venas sobrellevaban los oscuros capítulos a los que eran expuestas.

En el medio de aquella orgía de llanto, jadeos, placer y lágrimas, donde convivían el miedo, el morbo, el poder y tantos otros instintos humanos, el oficial de más alto rango termino su faena con un gutural suspiro, lanzo al lado de la cama a la niña que lo atendía, se levantó sin pudor alguno, camino hacia la radio, vio su reloj y fríamente lanzo la señal

·         Es hora
·         Copiado

En la aldea estaba por iniciar el evento antes planificado, los únicos testigos serían los relámpagos, los gritos serian apagados por el estruendo de la lluvia, los disparos confundidos con truenos, el tiempo se detendría en aquel momento y daría paso a la representación más gráfica posible de todos los niveles del infierno de Dante

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