miércoles, 22 de mayo de 2013

País de maíz e indiferencia


Luces por el cielo aparecían, como destellos repetitivos en la oscura noche, lo truenos estridentes seguían a aquellos destellos, enigmáticamente no caía lluvia sobre aquel poblado, al ver al cielo se veía una noche con una luna en todo su esplendor y ninguna nube se aproximaba al cielo, los destellos de luz eran cada vez más cercanos y los ensordecedores tronidos hacían que todos trataran de escapar de aquel momento.

Las metrallas escupían balas ininterrumpidamente, buscaban principalmente a hombres y niños, las mujeres serian dejadas para el festín de cierre, en el que celebrarían su victoria, un bacanal de gritos, sangre, dolor y humillación.

Entre los cadáveres apilados en el centro de la aldea, había un niño que tembloroso rogaba al cielo que nadie lo viera, casi no podía respirar por el peso de los miembros desmembrados que sobre su espalda se acumulaban, la peste de los cuerpos quemados no lo dejaba respirar y la sangre que escurría sobre él le impedía ver claramente, sus oídos eran su único contacto confiable con lo que estaba pasando, las mujeres gritaban sin parar, entre todo aquel ruido reconoció una voz, una mujer pedía piedad, gritaba por su vida, los soldados reían mientras frente a ella asesinaban a golpes a su pequeño hijo de días de nacido, los gritos cesaron después de un estruendoso disparo, en aquel momento el niño lo había entendido, su madre ahora estaba en otro mundo junto al resto de la familia, solo él había sobrevivido.

Al finalizar la tarea aquellos hombres partieron, llevando tras de si las almas de los campesinos recién asesinados, el niño temblaba entre la tragedia, tenía miedo de levantarse, tenía miedo de ser asesinado, tenía miedo de ver lo que había pasado, tenía miedo del mundo, tenía miedo del hombre, ese que sin aviso entro en su vida, sin palabras previas asesino a su familia y sin razón alguna lo dejo solo en este planeta.

Venciendo su miedo logro salir de aquel lugar y esconderse en la montaña, allí encontró a otros, que como el, habían escapado de milagro de alguna otra matanza, buscaron comida en el suelo, tuvieron por techo las estrellas y por cobijo a sus compañeros, el juego se llamaba sobrevivir, la inocencia había desaparecido, la razón no entendía y sus instintos los llevaron a emigrar, lejos de aquel momento, lejos de aquel lugar, legos de aquellas personas, así fue como nuestro amigo de menos de 10 años apareció en la ciudad de Guatemala, después de meses de esconderse, de no tener refugio ni ayuda.

Llego a la gran desconocida, la ciudad, con una gran esperanza, aquí la vida se decía mejor, mas no encontró refugio, la espalda de sus semejantes y el desprecio de la sociedad fueron su pan de cada día, sus oídos se llenaron de palabras que las personas le decían despectivamente, indio, shuco, mula, ratero (aun cuando nunca había robado en su vida), etc.  La oportunidad no existía y la sobrevivencia siguió siendo el juego, ya no dormía entre árboles, ahora lo hacía entre basura, las violaciones y las torturas eran pan de cada día, los abusos eran cotidianos y muchas veces fueron infligidos por aquellos que tenían por tarea proteger a los guatemaltecos, y entre estas agresiones aquel niño se volvió joven y aquel joven fue hombre. 

En el recorrido miserable de su vida fue protegido por un grupo de desdichados, igual que él, que para darle la bienvenida lo golpearon brutalmente y para aceptarlo él tuvo que dar una paliza igual que la que recibió, el hambre se olvidó con pegamento y la soledad se cubrió con nuevos amigos que velaban por él,  eran su nueva familia. Finalmente encontró un lugar en el que se preocupaban por él.

La compasión y piedad desaparecieron de su ser, aquella indiferencia que vio en la sociedad cuando necesito un consuelo a todo su dolor ahora llena su ser de odio y tristeza, su rabia esta cimentada en el resentimiento, muchas veces sin siquiera saberlo, en aquel caos de miseria y violencia conoció a una marginada más, que entre drogas y balas llevaba su vida y procrearon un niño, uno que creció huérfano entre violencia, drogas, ignorancia, miedo, necesidad e indiferencia, ese niño hoy tiene quince años, algunos más o algunos menos, quien sabe y a nadie le interesa, y llena sus días en actividades delictivas, es un hijo de las complicaciones, un hijo de los sentimientos más bajos de los que la raza humana es capaz.

Le pidieron matar a alguien a cambio le darían un miserable billete, un billete que podría llenar alguna básica necesidad drogas, licor o hasta comida, pensó en respetar la vida pero no sabía porque debía hacerlo si ni la suya ni la de sus padres había sido nunca respetada, pensó en respetar la dignidad pero esa palabra solo le daba risa, pensó en respetar la edad y no vio razón alguna para hacerlo, pensó en respetar su patria y se llenó de odio al saber que su patria jamás lo respeto a él y lo ignoro mientras sufría, esta vez no lo ignorarían más.

El final no lo supe, pero seguramente el ciclo se repetirá una y otra vez hasta que no hagamos algo como sociedad, patria somos todos,  que hacer  no lo sé, como hacerlo tampoco, solo sé que el primer paso es aceptar que nuestra realidad hoy está basada en un pasado conflictivo, reconozcamos como estamos hoy, entendamos la razón que nos trajo aquí y después trabajemos en cambiar nuestro país, el primer paso es reconocer la verdad, ser sinceros con nosotros mismos, no tapar el sol con un dedo.

Si queremos un mañana diferente dejemos de hacer eso que hicimos ayer y que nos trajo a este hoy que no nos gusta.

Hagamos que este país cambie, este país somos nosotros… cambiemos entonces.


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