Junto a ese mar azul que al golpear las rocas
las volvía tersas y sin historia dolorosa, caminando allí donde los sueño se hacían
brisa y flotaban al interior de las almas, por allí se fueron escapando del
escandalo y la muchedumbre, escabulléndose entre sonrisas y con ese delicioso espíritu
travieso que hace mucho no pasaba por sus venas, paso a paso fueron entrando en
la noche obscura, pero no en esa que trae miedo y angustia, la de ellos era una
obscuridad que los abrazaba con intimidad, con confidencia, con el amor que la
vida le enseña a los sabios, con la distancia suficiente para permitirles ser y
con cercanía tal que los escondía del resto del mundo.
A cada paso que daban la fiesta se escuchaba
menos, ya solo se escuchaba el sonido lejano que solo haciendo esfuerzo se
percibe, como aquellos recuerdos antiguos que solo con alguna ayuda, muchas
veces liquida, vuelven al presente y nos hacen vivir de nuevo los momentos casi
olvidados, casi extintos, casi inexistentes.
Sus dedos estaban entrelazados, como hace mucho
no lo experimentaban, saltaban chispas de sus manos como cuando dos metales se funden
sin limite alguno. El, un hombre entrado
en libros y con algunos años bajo el brazo, volvía a sentir el latir de su alma
de una forma casi olvidada, sin siquiera recordar las heridas, ni el dolor, ni
la ausencia que la vida le había regalado.
Ella, jovial aun, esperando ese ser especial que borrara los tropiezos
recientes y los ayeres ásperos, con el corazón acelerado como la quinceañera
que hace mucho no es, pero que siente aun lleva en el alma.
Así se fueron andando, dejando entrar los sueños
hasta lo mas hondo de sus almas, sintiéndose únicos en el mundo, afortunados,
ganadores de la lotería del universo, sintiendo que eran aquella excepción que
muchos esperan toda la vida y nunca los alcanza. Así daban los pasos, como cuidándolos
para no dejar ir aquel momento, cuando en silencio, con la cadencia perfecta,
sin arrebato pero con el incendio del alma a flor de piel, se entrelazaron y, sintiéndose
seguros en aquella noche obscura, se besaron como si fuera la ultima vez que lo
harían, con las ansias de quien hace mucho espera este lugar, y fue tal la pasión
que desbordaron sus pieles, sus labios, sus almas y sus cuerpos, que la brisa
quedó suspendida en el aire, el mar hizo un silencio respetuoso mientras observaba
aquel mágico evento, la noche los cubrió como nunca y ellos supieron que el
tiempo se había detenido, que nada en el mundo importaba más, supieron que en
ese momento les había llegado la eternidad, y vivieron su eterno deseo sin
limite alguno, sin pudor, sin preocupación, allí fueron uno y jamás nunca dejarían
de serlo.
Arreglaron sus ropas, compusieron sus cabellos,
le sonrieron a la vida y la agradecieron al tiempo, siguieron sus pasos hasta
llegar al auto que los esperaba y los conduciría de vuelta a sus respectivas
casas, en el camino, que el conductor hizo muy lentamente, como adivinando que
ellos estaban atesorando cada parpadeo, fueron viendo el mar con una sonrisa
infinita, ella se acurruco a él y él sintió que existía de nuevo mientras la recibía
en sus brazos.
Ella pidió quedarse un poco lejos de casa, no quería
que la vieran llegar con alguien tan diferente a los ojos de la sociedad aunque
tan igual a los ojos del alma, el no quiso dejarla ir, pero entendía la situación,
y mientras sus manos se separaban, casi gritando como rechinan los metales al
separarse, sus almas empezaban a llorar y extrañarse, se acariciaron los
labios, se obsequiaron la vida en la mirada, ella empezó su andar con paso elegante
y esa gracia que siempre la acompañaba mientras le regalaba una última sonrisa pícara
de reojo, el vio como sus pasos se fueron alejando, vio como la noche se la
tragaba y en su mente solo podía pensar cuantos horas faltaban para volver a
verla, serian 5 o 6 largas e interminables horas las que los separarían y sentía
que le dolía.
Esto no podía seguir así, sus diferencias no podían
seguir separándolos, se dijo convencido, esta sería la última vez que la dejaría
andar sola en algún lugar, no le importaba ya su cargo en la universidad ni que
ella estuviera por terminar su maestría, todo eso carecía de importancia y en
la inmensidad del mundo algo encontrarían por hacer, aunque fuera comer
manzanas y vivir entre los árboles, él sabía que si estaban juntos nada más haría
falta, nadie mas seria extrañado, el universo eran ellos y nada más. En aquel momento supo que había tomado una decisión,
a la mañana siguiente lo hablarían y lo acordarían, no mas escondite, no mas
diferencias de edad y ni de clase social, no mas diferencias que el mundo jamás
entendería y a ellos poco les importaba, la mañana siguiente seria ese día en
que se entra en la vida plena, lo tenia decidido y nadie se lo impediría.
El auto inicio de nuevo su andar, lentamente
fue saliendo de aquel barrio acomodado, el bajó el cristal de la ventana, quería
aunque sea percibir el aroma de aquel momento, para llevarse algo, lo que
fuera, para hacer más llevadera la espera, ahora que sabía que tenía una decisión,
los segundos parecían interminables, el necesitaba contárselo y juntos salir de
ese juego, habría muchas consecuencias, principalmente por el padre protector y
poderoso de ella, y él no podía culparlo, el también atesoraría un ser tan especial
como ella, pero las consecuencias poco
importaban ya a un hombre entrado en el tiempo, como él, que había vuelto a ver
la vida gracias a ella.
Unos segundos después resonaron dos estallidos
en la obscuridad de la noche, unos reflejos iluminaron las paredes cercanas, el
auto se detuvo en el instante, el se bajo sin pensarlo y hecho a correr hacia
donde ella había desaparecido en medio de la noche, le costaba respirar y casi
no podía sostenerse en pie pero corría con la fuerza de aquella juventud que
hace mucho no lo acompañaba, mientras corría escucho otro disparo, y sin saber
como o porque, cayo al suelo, intento levantarse pero una de sus piernas no respondía
y sangraba, no sentía dolor, no podía pensar en él, seguía intentando correr, o
por lo menos moverse hacia donde esperaba ella no estuviera, dando un muestra
de su valentía seguía su camino.
Casi a rastras llego a la esquina, las luces
publicas eran las únicas que daban algo de luz a aquella madrugada cálida,
mientras las olas del mar parecían gritarle algo en la distacia, fue al llegar allí
que hizo un esfuerzo porque sus ojos enfocaran e intento centrar su vista en
aquella escena mientras el cañón frio, de lo que adivinó era una pistola, se
posaba en su nuca, la obscuridad, que horas antes lo abrazo con amor protector,
esta vez se apoderó de todo alrededor.

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