Y casi se colapsa mi pobre glándula hepática al percibir tanta
palabrería sin sentido, escuchar a un ser medianamente libre, o que por lo
menos se cree libre, añorar los tiempos de las dictaduras es algo impensable,
pero tristemente real, añorar lo que creen fue paz y no fue más que opresión,
añorar lo que llaman justicia y no fue más muerte, añorar las fabulas que
algunos abuelos cuentan y no ver la realidad que la historia refleja.
La ira va dejando lugar a una tristeza profunda, al comprender que quien
habla así de la dictadura lo hace con convicción y total certeza, pensando que
lo que dice es cierto, heredero de pensamientos, hijo de opiniones, esclavo de
relatos e indiferente a realidades que la historia nos cuenta, algunas veces en
susurros y otras con gritos desesperados y adoloridos. Hay quien cree que la sangre calma la guerra
y que la ausencia obligada de seres trae paz, cree también que ver hacia otro
lado hace que la miseria desaparezca, piensa que el problema es el gobierno sin
ver que es la sociedad quien define el gobierno.
Notar que se habla de valor, coraje y determinación con gran convicción,
pero entender que los confunden con muerte, opresión e imposición es
lamentable, pensar que más sangre derramada frenará el derramamiento de sangre,
soñar con que más odio frenará el odio, que más agresión frenará la agresión,
pensar que privilegios para unos cuantos traerá paz y tranquilidad para la mayoría
es tan irreal, por decir lo menos. Quien
no tiene sueña con tener, quien tiene sueña con poseer, pocos son los que se
interesan en ser, amar, construir y enseñar.
Los privilegiados hablan de derechos igualitarios para todos, siempre
que no se hable de sus propios, y muchas veces incoherentes, privilegios, esos
que por ser influyentes y de sangre azul han logrado riqueza, pero son
incapaces de competir en igualdad de condiciones. Ellos claman porque la
educación mejore, pero no para todos, porque el gobierno haga más pero siempre
sin que los privilegiados deban pagar, cegados por alguna razón, no ven como
sus privilegios también los limitan de seguir creciendo, y al resto de la
población de empezar a desarrollarse.
Cuantos milenios más de odio, guerra, opresión, imposición, muerte, miseria,
hambre y ceguera al sufrimiento necesitamos para buscar un camino alterno, un
camino diferente, un camino en paz; si llevamos tantos milenios por este
camino, insistiendo en clasificarnos por nacionalidad, color, sexo, religión, ideología
política, etc. Creyendo todos los
clasificados que son superiores a los otros, poseedores de “más verdad” que los
otros, sin comprender que los únicos que se benefician de esas clasificaciones
son quienes sonríen, privilegiados, desde la opulencia, distantes y manejando
masas a su conveniencia.
Si todos venimos a este mundo sin nada, y al momento de partir se aparecerá
la señora muerte y nos tomará de la mano, nos verá con esa mirada interrogante
que no comprende porque los humanos insistimos en clasificarnos de tantas
formas diferentes, si para ella todos somos exactamente iguales, simples
mortales que pasan por este mundo y tienen en sus manos la oportunidad de poder
vivir, algo que muchos, al ver a la señora muerte a los ojos, comprenden que
han olvidado hacer, si somos tan humanamente iguales, ¿porque insistimos en
dividirnos?
Hasta que no comprendamos, aceptemos y disfrutemos de la igualdad de
nuestra imperfecta humanidad, no seremos capaces de crear una realidad distinta
a la que por milenios hemos creado.
Un paso a la vez, una sonrisa a la vez, una caricia a la vez, un corazón
a la vez, una vida a la vez, caminando en el camino del amor, del auto-conocimiento
y de la tolerancia, sin etiquetas, clasificaciones ni falsas supremacías.
Allá nos vemos...
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