miércoles, 8 de febrero de 2017

El Hígado anda triste.

Y casi se colapsa mi pobre glándula hepática al percibir tanta palabrería sin sentido, escuchar a un ser medianamente libre, o que por lo menos se cree libre, añorar los tiempos de las dictaduras es algo impensable, pero tristemente real, añorar lo que creen fue paz y no fue más que opresión, añorar lo que llaman justicia y no fue más muerte, añorar las fabulas que algunos abuelos cuentan y no ver la realidad que la historia refleja.

La ira va dejando lugar a una tristeza profunda, al comprender que quien habla así de la dictadura lo hace con convicción y total certeza, pensando que lo que dice es cierto, heredero de pensamientos, hijo de opiniones, esclavo de relatos e indiferente a realidades que la historia nos cuenta, algunas veces en susurros y otras con gritos desesperados y adoloridos.  Hay quien cree que la sangre calma la guerra y que la ausencia obligada de seres trae paz, cree también que ver hacia otro lado hace que la miseria desaparezca, piensa que el problema es el gobierno sin ver que es la sociedad quien define el gobierno.

Notar que se habla de valor, coraje y determinación con gran convicción, pero entender que los confunden con muerte, opresión e imposición es lamentable, pensar que más sangre derramada frenará el derramamiento de sangre, soñar con que más odio frenará el odio, que más agresión frenará la agresión, pensar que privilegios para unos cuantos traerá paz y tranquilidad para la mayoría es tan irreal, por decir lo menos.  Quien no tiene sueña con tener, quien tiene sueña con poseer, pocos son los que se interesan en ser, amar, construir y enseñar.

Los privilegiados hablan de derechos igualitarios para todos, siempre que no se hable de sus propios, y muchas veces incoherentes, privilegios, esos que por ser influyentes y de sangre azul han logrado riqueza, pero son incapaces de competir en igualdad de condiciones. Ellos claman porque la educación mejore, pero no para todos, porque el gobierno haga más pero siempre sin que los privilegiados deban pagar, cegados por alguna razón, no ven como sus privilegios también los limitan de seguir creciendo, y al resto de la población de empezar a desarrollarse.

Cuantos milenios más de odio, guerra, opresión, imposición, muerte, miseria, hambre y ceguera al sufrimiento necesitamos para buscar un camino alterno, un camino diferente, un camino en paz; si llevamos tantos milenios por este camino, insistiendo en clasificarnos por nacionalidad, color, sexo, religión, ideología política, etc.  Creyendo todos los clasificados que son superiores a los otros, poseedores de “más verdad” que los otros, sin comprender que los únicos que se benefician de esas clasificaciones son quienes sonríen, privilegiados, desde la opulencia, distantes y manejando masas a su conveniencia.

Si todos venimos a este mundo sin nada, y al momento de partir se aparecerá la señora muerte y nos tomará de la mano, nos verá con esa mirada interrogante que no comprende porque los humanos insistimos en clasificarnos de tantas formas diferentes, si para ella todos somos exactamente iguales, simples mortales que pasan por este mundo y tienen en sus manos la oportunidad de poder vivir, algo que muchos, al ver a la señora muerte a los ojos, comprenden que han olvidado hacer, si somos tan humanamente iguales, ¿porque insistimos en dividirnos?

Hasta que no comprendamos, aceptemos y disfrutemos de la igualdad de nuestra imperfecta humanidad, no seremos capaces de crear una realidad distinta a la que por milenios hemos creado.

Un paso a la vez, una sonrisa a la vez, una caricia a la vez, un corazón a la vez, una vida a la vez, caminando en el camino del amor, del auto-conocimiento y de la tolerancia, sin etiquetas, clasificaciones ni falsas supremacías.


Allá nos vemos...

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