jueves, 4 de septiembre de 2014

La pelota

Llegó rebotando a mis pies sorpresivamente, tras ella venia un niño lleno de emoción que con el grito de “pase la bola don!!” pedía que se la regresara y pudiera continuar con el campeonato de las estrellas del mundo que jugaban entre charcos mientras esperaban sus padres salieran de hacer unos “mandados”, jugaba en ese momento la selección de “Messi” contra la de “Roben” me entere minutos más tarde.

Aquella pelota me hizo traer la postal del campeonato del barrio a mi mente, y es que como no regresar al momento aquel en el que  al rebote de un elemento esférico se marcaba el ritmo de los gritos, de las carreras, las carcajadas y la emoción, el estadio era una calle llena de agujeros y poco tráfico, padres y abuelos llenaban los graderíos (la acera) y gritaban a todo pulmón por sus estrellas preferidas, era el campeonato de la calle en que crecí, y se repetía casi todos los fines de semana,  el uniforme era “los con camisa contra los sin camisa”, el tiempo de partido terminaba cuando ya no se podía ver la pelota en la obscuridad de la noche y la nula iluminación de las calles, o hasta que la dulce voz de algún mama gritaba desde la puerta de la casa “A cenar PATOJOS!! Ya es noche!!”.

Quien había ganado el partido poco importaba, en ese momento de ultimátum de la más alta autoridad existente todo se decidía con el temido “último gol gana muchá”, no importaba si el marcador era a esas alturas 55 contra 4, el último tanto habría de inclinar la balanza en aquella batalla campal, los jugadores parecían sacados de películas épicas de guerras, con heridas de guerra por doquier, raspones, moretones, sudor, suciedad y garra de lucha, en aquel partido parecía que se jugaba la paz del mundo, y tal vez así era…

Después de algunos minutos el temido último gol llegaba, y contrario a lo que se pensaba la celebración era poca en ambos equipos, aquella anotación solo confirmaba que el partido de 4 o 6 horas de duración había llegado a su fin, por lo menos por aquel día, habríamos de ir a casa, y al ritmo de un “orale muchá” se chocaban las manos y se concretaba la despedida, cada uno enfilaba a su centro de concentración, la preparadora técnica de cada hogar recibía al héroe del partido, dependiendo del nivel de las heridas de guerra y/o la mugre el trato podría cambiar dramáticamente.

Algunas veces el dialogo era dulce y tolerante

-          Pasa mijo, jugaron bastante?, haceme favor, anda bañarte y te venís a cenar
-          Bueno mami, vieras que metí un par de goles, y cuando me caí todavía pude patear la pelota y……
-          Que alegre mijo, báñate y me contas ya limpiecito ¿sí?

Otras veces el tono del dialogo cambiaba un poco, especialmente cuando el partido había sido en campo de tierra bajo una lluvia torrencial, lo cual dejaba nuestras vestimentas y calzado un poco más golpeados y mugrientos que nuestras rodillas, rostros y cuerpo en general, esas veces el dialogo era más o menos así

-          ¡NI SE TE OCURRA ENTRAR ASI A LA CASA!
-          Ala mami, pero si no estoy tan sucio
-          ¡Quítate la ropa allí en la entrada, sino, no entras!
-          ¡MAMA! ¡Qué vergüenza! ¡me van a ver todos!
-          Qué vergüenza será, quítate todo que allí te voy a echar agua
-          ¡MAMA!

No había ruego o piedad posible, la máxima autoridad había hablado, quedando únicamente en calzoncillo en la entrada de casa, recibiendo agua a chorros por la manguera, viendo caer la mugre a borbotones y luego entrando titiritando de frio directo a bañarme, claro que la pena era menos cuando a mitad de aquel procedimiento se alzaba la vista y se podía ver al resto del equipo pasando por similares procesos, cada uno al frente de sus hogares, algunos con menos ropa que yo, entonces ya sabíamos que aquel evento seria la aventura a comentar al día siguiente.

Al otro día nos veríamos para iniciar un nuevo encuentro campal, en donde retomaríamos los retos del día anterior, “los con camisa contra los sin camisa”, los jugadores eran todos los que salieran a jugar sin distinción alguna, el reto jugar, el momento ahora, la gloria el juego, las risas eran infaltables, los gritos de emoción eran constantes, las jugadas de ensueño y los sueños de jugadas abundaban, éramos uno, éramos todos.

Devolví la pelota a aquellos niños, seguí mi camino a la oficina…


“QUE BUENAS CHAMUSCAS” las de aquellos días.

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