Llegó rebotando a mis pies sorpresivamente,
tras ella venia un niño lleno de emoción que con el grito de “pase la bola
don!!” pedía que se la regresara y pudiera continuar con el campeonato de las
estrellas del mundo que jugaban entre charcos mientras esperaban sus padres
salieran de hacer unos “mandados”, jugaba en ese momento la selección de “Messi”
contra la de “Roben” me entere minutos más tarde.
Aquella pelota me hizo traer la postal del
campeonato del barrio a mi mente, y es que como no regresar al momento aquel en
el que al rebote de un elemento esférico
se marcaba el ritmo de los gritos, de las carreras, las carcajadas y la emoción,
el estadio era una calle llena de agujeros y poco tráfico, padres y abuelos
llenaban los graderíos (la acera) y gritaban a todo pulmón por sus estrellas
preferidas, era el campeonato de la calle en que crecí, y se repetía casi todos
los fines de semana, el uniforme era “los
con camisa contra los sin camisa”, el tiempo de partido terminaba cuando ya no
se podía ver la pelota en la obscuridad de la noche y la nula iluminación de
las calles, o hasta que la dulce voz de algún mama gritaba desde la puerta de
la casa “A cenar PATOJOS!! Ya es noche!!”.
Quien había ganado el partido poco importaba,
en ese momento de ultimátum de la más alta autoridad existente todo se decidía
con el temido “último gol gana muchá”, no importaba si el marcador era a esas
alturas 55 contra 4, el último tanto habría de inclinar la balanza en aquella
batalla campal, los jugadores parecían sacados de películas épicas de guerras,
con heridas de guerra por doquier, raspones, moretones, sudor, suciedad y garra
de lucha, en aquel partido parecía que se jugaba la paz del mundo, y tal vez así
era…
Después de algunos minutos el temido último gol
llegaba, y contrario a lo que se pensaba la celebración era poca en ambos
equipos, aquella anotación solo confirmaba que el partido de 4 o 6 horas de duración
había llegado a su fin, por lo menos por aquel día, habríamos de ir a casa, y
al ritmo de un “orale muchá” se chocaban las manos y se concretaba la
despedida, cada uno enfilaba a su centro de concentración, la preparadora técnica
de cada hogar recibía al héroe del partido, dependiendo del nivel de las
heridas de guerra y/o la mugre el trato podría cambiar dramáticamente.
Algunas veces el dialogo era dulce y tolerante
-
Pasa
mijo, jugaron bastante?, haceme favor, anda bañarte y te venís a cenar
-
Bueno
mami, vieras que metí un par de goles, y cuando me caí todavía pude patear la
pelota y……
-
Que
alegre mijo, báñate y me contas ya limpiecito ¿sí?
Otras veces el tono del dialogo cambiaba un
poco, especialmente cuando el partido había sido en campo de tierra bajo una
lluvia torrencial, lo cual dejaba nuestras vestimentas y calzado un poco más
golpeados y mugrientos que nuestras rodillas, rostros y cuerpo en general, esas
veces el dialogo era más o menos así
-
¡NI
SE TE OCURRA ENTRAR ASI A LA CASA!
-
Ala
mami, pero si no estoy tan sucio
-
¡Quítate
la ropa allí en la entrada, sino, no entras!
-
¡MAMA!
¡Qué vergüenza! ¡me van a ver todos!
-
Qué
vergüenza será, quítate todo que allí te voy a echar agua
-
¡MAMA!
No había ruego o piedad posible, la máxima autoridad
había hablado, quedando únicamente en calzoncillo en la entrada de casa,
recibiendo agua a chorros por la manguera, viendo caer la mugre a borbotones y
luego entrando titiritando de frio directo a bañarme, claro que la pena era
menos cuando a mitad de aquel procedimiento se alzaba la vista y se podía ver
al resto del equipo pasando por similares procesos, cada uno al frente de sus
hogares, algunos con menos ropa que yo, entonces ya sabíamos que aquel evento
seria la aventura a comentar al día siguiente.
Al otro día nos veríamos para iniciar un nuevo
encuentro campal, en donde retomaríamos los retos del día anterior, “los con
camisa contra los sin camisa”, los jugadores eran todos los que salieran a
jugar sin distinción alguna, el reto jugar, el momento ahora, la gloria el
juego, las risas eran infaltables, los gritos de emoción eran constantes, las
jugadas de ensueño y los sueños de jugadas abundaban, éramos uno, éramos todos.
Devolví la pelota a aquellos niños, seguí mi
camino a la oficina…
“QUE BUENAS CHAMUSCAS” las de aquellos días.