En un aeropuerto casi vacío, es lunes y llegue
mas temprano de lo esperado, me voy adentrando con toda la calma posible, no
hay fila en ningún lugar, el paso esta libre y logro llegar a la puerta de
embarque sin contratiempos, habemos pocos esperando, hace falta demasiado
tiempo para la hora de embarque, al fondo nos acompañan las dulces notas de una
marimba que en este momento interpreta la “Luna de Xelaju”, canción esa que eriza la piel y trae al
ambiente ese sentimiento melancólico que solo ella puede generar.
Mientras las notas resuenan dulcemente, frente
a mi hay una pareja entonando la canción, casi susurrándola, ella viendo a las
personas pasar, él con la mirada puesta en la ventana, ambos tomados
fuertemente de las manos y con la tristeza estampada en sus semblantes, ambos susurran,
y parecen no darse cuenta, el coro de aquella canción.
“Luna de Xelajú
que supiste alumbrar
que supiste alumbrar
en mis noches de pena por una morena de dulce mirar…”
Los veo fingiendo no ver, los siento en el
alma, tristes y abatidos, los sigo con la vista simulando trabajar, tratando de
ver mis correos, pero es imposible no ver y sentir ese cuadro.
Estoy finalmente logrando leer mis correos,
cuando una señora de avanzada edad se sienta junto a ellos y, casi como de
costumbre, como en forma automática, les pregunta como están, mientras sus
manos aun guardan todos los papeles que llevaba después de pasar migración, ella
sonríe cortésmente, él no lo soporta y deja rodar algunas lágrimas mientras sonríe
y dice estar bien asintiendo con la cabeza.
La señora, con la sabiduría del tiempo pintado entre las canas, y al
amor maternal brotándole por todos los poros, se acerca si aviso ni prudencia y
lo aprisiona entre sus brazos, sin decir palabra le ofrece consuelo, él no
puede detener el llanto, ella, que se había mantenido fuerte, también empieza a
llorar, la señora les habla con la mirada, ellos siguen tomados de las manos, la
marimba no deja de sonar y mis correos no existen, es difícil leer con la
mirada nublada.
Quiero no escuchar, quiero no ver, pero no
puedo, la sala sigue casi vacía y la señora los invita a compartirle sus
tristezas, “las penas compartidas son menos” les dijo, él hace un intento por hablar,
pero las palabras no le salen, ella, entre lágrimas, le empieza a contar, yo ya
ni veo mi computadora, ni finjo no escuchar, me tiene atrapado esa tristeza que
no pueden aguantar.
Ambos se van, le cuentan a la señora, ya no
pueden vivir aquí, alguien murió recientemente y ya no es seguro seguir aquí, el
dinero no les alcanza y ya no hay mas horas en el día para trabajar, los niños están
creciendo en un lugar riesgoso y ya no pueden protegerlos, ellos se van en
avanzada, los niños llegaran después, van a distintos destinos, se separan por
unos meses, por lo menos ese es el plan si todo sale bien, o serán varios años
si las cosas no salen tan bien, son sus últimas horas juntos, no hay ya nada por
hacer en esta tierra que tanto aman, luchan por un sueño, se aferran a una ilusión,
abrazan esa meta, le temen a que todos tengan razón y este no sea el camino, la
misma historia de tantos otros que se ha repetido durante ya tantas décadas.
La sala ya está medio llena, la señora se quedó
junto a ellos en silencio, yo tengo mi computadora abierta y sin ningún interés
en leer mis correos, todos estamos callados y viendo discretamente a aquellos
viajeros que no sueltan sus manos, algunos otros testigos dejaron correr lágrimas
y otros soltaron suspiros profundos, en la televisión de la sala dan noticias
de un tiroteo en algún lugar del mundo, lejos de nuestras fronteras, la marimba
sigue lanzando notas tristes, el abordaje esta por iniciar, ninguno de nosotros
quiere levantarse, todos somos ellos.
La marimba termina su melodía, el abordaje
inicia, la vida continua, hoy todos viajamos rotos.
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