lunes, 18 de marzo de 2019

Testigo


En un aeropuerto casi vacío, es lunes y llegue mas temprano de lo esperado, me voy adentrando con toda la calma posible, no hay fila en ningún lugar, el paso esta libre y logro llegar a la puerta de embarque sin contratiempos, habemos pocos esperando, hace falta demasiado tiempo para la hora de embarque, al fondo nos acompañan las dulces notas de una marimba que en este momento interpreta la “Luna de Xelaju”,  canción esa que eriza la piel y trae al ambiente ese sentimiento melancólico que solo ella puede generar.

Mientras las notas resuenan dulcemente, frente a mi hay una pareja entonando la canción, casi susurrándola, ella viendo a las personas pasar, él con la mirada puesta en la ventana, ambos tomados fuertemente de las manos y con la tristeza estampada en sus semblantes, ambos susurran, y parecen no darse cuenta, el coro de aquella canción.

Luna de Xelajú

que supiste alumbrar

en mis noches de pena por una morena de dulce mirar…

Los veo fingiendo no ver, los siento en el alma, tristes y abatidos, los sigo con la vista simulando trabajar, tratando de ver mis correos, pero es imposible no ver y sentir ese cuadro.

Estoy finalmente logrando leer mis correos, cuando una señora de avanzada edad se sienta junto a ellos y, casi como de costumbre, como en forma automática, les pregunta como están, mientras sus manos aun guardan todos los papeles que llevaba después de pasar migración, ella sonríe cortésmente, él no lo soporta y deja rodar algunas lágrimas mientras sonríe y dice estar bien asintiendo con la cabeza.  La señora, con la sabiduría del tiempo pintado entre las canas, y al amor maternal brotándole por todos los poros, se acerca si aviso ni prudencia y lo aprisiona entre sus brazos, sin decir palabra le ofrece consuelo, él no puede detener el llanto, ella, que se había mantenido fuerte, también empieza a llorar, la señora les habla con la mirada, ellos siguen tomados de las manos, la marimba no deja de sonar y mis correos no existen, es difícil leer con la mirada nublada.

Quiero no escuchar, quiero no ver, pero no puedo, la sala sigue casi vacía y la señora los invita a compartirle sus tristezas, “las penas compartidas son menos” les dijo, él hace un intento por hablar, pero las palabras no le salen, ella, entre lágrimas, le empieza a contar, yo ya ni veo mi computadora, ni finjo no escuchar, me tiene atrapado esa tristeza que no pueden aguantar.

Ambos se van, le cuentan a la señora, ya no pueden vivir aquí, alguien murió recientemente y ya no es seguro seguir aquí, el dinero no les alcanza y ya no hay mas horas en el día para trabajar, los niños están creciendo en un lugar riesgoso y ya no pueden protegerlos, ellos se van en avanzada, los niños llegaran después, van a distintos destinos, se separan por unos meses, por lo menos ese es el plan si todo sale bien, o serán varios años si las cosas no salen tan bien, son sus últimas horas juntos, no hay ya nada por hacer en esta tierra que tanto aman, luchan por un sueño, se aferran a una ilusión, abrazan esa meta, le temen a que todos tengan razón y este no sea el camino, la misma historia de tantos otros que se ha repetido durante ya tantas décadas.

La sala ya está medio llena, la señora se quedó junto a ellos en silencio, yo tengo mi computadora abierta y sin ningún interés en leer mis correos, todos estamos callados y viendo discretamente a aquellos viajeros que no sueltan sus manos, algunos otros testigos dejaron correr lágrimas y otros soltaron suspiros profundos, en la televisión de la sala dan noticias de un tiroteo en algún lugar del mundo, lejos de nuestras fronteras, la marimba sigue lanzando notas tristes, el abordaje esta por iniciar, ninguno de nosotros quiere levantarse, todos somos ellos.

La marimba termina su melodía, el abordaje inicia, la vida continua, hoy todos viajamos rotos.

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