Entre el ruido y el bullicio de un domingo cualquiera
se van pasando los minutos, con la esperanza de un milagro, aferrándose a lo último
que le queda, con las fuerzas ya desgastadas por la realidad y el ánimo
evaporado gracias al desconsuelo, con la angustia en el alma y el peso en sus
hombros de unas bocas hambrientas, que deben ser alimentadas, con la única fuerza
de la esperanza manteniéndola en pie y la angustia de alimentar a sus hijos la
mantienen despierta.
Así se le va la vida, y los días, todos los días
son iguales, piensa para sí, hace mucho dejo de ver diferencia en los
amaneceres, ya los sueños se estrellaron con la realidad, con la carencia, con
la discriminación y con el cansancio de intentar sobrevivir. La esperanza, que
para ella tiene color de hormiga, se desvanece en la búsqueda de soluciones a
su miseria, solo ebrio, atarantado por la bebida, golpeando los sentidos con
alcohol, o algo más, es como se puede vivir aquí, dijo aquel gran escritor hace
ya varias décadas, y la realidad sigue siendo la misma.
A sus
pies, sin el valor para poder siquiera verla, o intentando no verla por un
momento, tal vez así desaparecen sus necesidades, se van esfumando los sueños
de la pequeña mientras la madre sigue buscando alternativas para sobrevivir, en
su mente seguro se dibuja como su historia se repetirá, aunque ella quiera
evitarlo, el cuadro lo completa el desfile de independencia que va cruzando la
esquina, con bombos y platinos celebran los patojos una independencia que no fue,
anuncian una libertad que no existe y, con sus ropas nuevas y relucientes que aún
están siendo pagadas, son aplaudidos por sus padres y familiares, orgullosos de
ver aquellos patrióticos actos, celebrando el amor patrio de sus hijos, ese
amor a una patria que no los reconoce, no los ve, no los siente propios pero
que sabe perfectamente cómo utilizarlos.
La miseria tiene muchas caras, la indiferencia
de quienes pasan, la obediencia y preservación de ideas y “tradiciones” irreales
de parte de la población, el manejo de masas, por decir solo algunas.
Mientras tanto, ellas siguen con hambre, el
desfile sigue su curso, muchos creen que realmente hubo independencia y la
celebran, otros, lejos de allí, entre rones caros y música de fondo, mueven sus
piezas para que nada cambie, este modelo de miseria, necesidad, falta de educación
e ilusiones cada cuatro años les conviene mucho.
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