Con el amanecer de un sol esquivo, oculto tras
las nubes y la llovizna, van apareciendo en el horizonte los trazos de un día
incierto, igual que ayer, igual que mañana,
con sonrisas desparramándose frente a la mirada y lágrimas escurriendo
alegremente en donde no se ve, en donde no se siente, en donde el gris del
amanecer tiene su fuente y el obscuro sentir sacia su sed.
Gota a gota van apareciendo los espacios y
tiempos del sentir, en donde la humedad se puede palpar y las texturas raspan
el ser, van apareciendo cual demonios, emergiendo del centro del ser, los
temores a una realidad palpable y aplastante, esa que en su cotidiano respirar
nos impregna con el aliento de muerte y desesperanza, de egoísmo y soledad,
aunque hay que decir la verdad, destellos de luz también da, pero en invierno poca luz se ve.
Ausencias sin sentido, vidas sin propósito,
cosas con alma, pedazos inertes con valor, más allá del precio, generaciones
enteras buscando tener, en lugar de ser, buscando poseer por robre cualquier
otro propósito, dejando morir el tiempo en una búsqueda implacable, queriendo
llenar almas con cosas, corazones con argumentos y mentes con metal, queriendo
convencerse cada día con una realidad irreal, con una presencia inexistente.
Sonrisa en la máscara y lágrimas silenciosas e
internas, sangre y avaricia sigue derramándose, el humano se ha vuelto animal y el animal
es venerado, el frío hiela hasta las esperanzas…
El invierno del alma algunas veces llega sin
aviso, otras veces avisa cuando lleva instalado ya varias temporadas…
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