miércoles, 23 de julio de 2014

Indeseada acompañante

Caminando distraídamente aquel sujeto sonreía a diestra y siniestra, viendo todo sin observar nada, dejándose acariciar por el frió viento de invierno mientras paso a paso se alejaba de algún lugar y se acercaba a otro sin importancia, con la sonrisa estampada en el rostro, la mirada fresca, el andar ágil y la mente perdida en algún lugar de la galaxia en la que solo el habitaba.

De golpe, y sin ser prevenido de forma alguna, algo impacto su pecho y atrajo su atención, el golpe había sido fuerte, le costaba reponerse del mismo, casi no podía respirar, pero lentamente se fue recuperando y tomando conciencia de lo acontecido, sentado en una banca al lado de la calle, y mientras el mundo seguía su rumbo sin percatarse de su existencia, aquel ser poco a poco regularizo su oxigenación y reenfoco su mirada en busca de la razón de aquel evento.

Aun perdido en la nebulosa realidad, tratando de comprender aquel evento, una imagen apareció junto a él, estaba allí sentada a su lado, con esa sonrisa irónica que algunas veces jugaba de cómplice y otras de enemiga, con esa mirada que solo él conocía y que causaba en sus entrañas mariposas y terror, emoción y miedo, aceleraba su corazón sin siquiera saber porque y encendía todas las alertas de las que su ser era capaz.

Se puso en pie de golpe e intento huir a toda prisa, esquivando personajes extraños y escondiéndose en cualquier lugar, trato de hacerlo con todas sus energías, mas fue inútil, cuando sus piernas no pudieron dar más, cuando sus pulmones no se daban abasto y sus manos estaban reposadas en sus rodillas para reponerse de aquel evento de pánico, una voz tan dulce que hería y tan profundo que atemorizaba le dijo al oído tiernamente,

-          Sí, soy yo, he vuelto…

Con su corazón aun agitado por la faena y atemorizado por aquella presencia, en medio de aquel agónico momento, encontró fuerzas en medio de aquel caos y le pidió a gritos que se largara, no quería verla nunca más, no podía soportar su presencia un día más, no podía tolerar su rostro, ese que tomaba la forma que sabía a el más le dolería.

Él sabía bien su nombre, hace mucho lo acompañaba, Melancolía le decían los escritores, Recuerdos dolorosos la bautizaron los psicólogos, Heridas le decían sus amigos, él la conocía bien, no importaba el nombre, esa ingrata Melancolía lo había hecho sufrir, recordar, vivir en un pasado inexistente, en momentos lejanos, en historias borrosas por el tiempo, ella había regresado de nuevo, y estaba dispuesta a quedarse.

Camino resignado y en silencio, ignorando a su acompañante, esa que a veces la veía bella y atractiva, otras veces repulsiva y espantosa, cual bruja de cuento de hadas, entro en su casa y la dejo afuera, le pidió un momento, necesitaba estar solo, necesitaba saber qué hacer, necesitaba pensar, necesitaba no sentir, necesitaba enfocarse en sí mismo.

Llego al baño y se paró frente al espejo, se vio a los ojos y desnudo su alma ante sí, la vio sin escusas, sin miedos, sin cobertores, sin espacios vacíos, sin sombras, la vio sola y acongojada, la tomo entre sus brazos para consolar su dolor, le acaricio el rostro con ternura, derramo un par de lágrimas, se tomó la cabeza y cayó al suelo impotente, no había mucho por hacer, la decisión estaba tomada.

A paso seguro se dirigió a la puerta de entrada, con los ojos inyectados, las manos empuñadas, el corazón latiendo a mas no poder, abrió la puerta casi enfurecido  y la vio a los ojos, clavó su mirada en esos ojos misteriosos con color a pasado, la vio fijamente mientras ella cómodamente entraba en casa, sabiéndose ganadora de aquel encuentro y aun con esa mirada cómplice y esa sonrisa burlona le pregunto

-          Y ahora, ¿Por qué me dejas entrar?

El no respondió, entro resignado en su casa, repitiendo hábitos casi mecánicos, sirvió café, acaricio al perro, se sentó frente al atardecer y permaneció sumido en sus pensamientos, no le daría el gusto de decirle sus razones, suficiente era tenerla presente en su cercanía, además como decirle cuando se vio al espejo sin ella al lado, no se reconoció, sintió pena de no estar triste, sintió tristeza por sonreír, extrañaba aquel dolor de pecho que le generaba su presencia, no sabía cómo vivir sin ella, aun cuando algunas veces la detestaba…

-          ¡Ingrata Melancolía!, ¡Lárgate de una vez y déjame en paz!

Ella sonrió llena de seguridad y tendió sus brazos alrededor de los hombros de él y le dijo al oído,

-          ¿Realmente quieres que me vaya?


El no pudo responder, siguió tomando café y viendo al sol desaparecer, mañana lo intentaría de nuevo, esta sería una noche melancólica otra vez, hasta el perro lo sentía y ella siempre lo supo, otro día y otra victoria para ella, ingrata melancolía.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nos encanta leer tus comentarios, por favor dinos que piensas

A sorbos

Sorbo a sorbo se va consumiendo el café de aquella mañana, día nublado de junio en el que el cielo parece informar que pronto dejará caer go...