Caminando distraídamente aquel
sujeto sonreía a diestra y siniestra, viendo todo sin observar nada, dejándose acariciar
por el frió viento de invierno mientras paso a paso se alejaba de algún lugar y
se acercaba a otro sin importancia, con la sonrisa estampada en el rostro, la
mirada fresca, el andar ágil y la mente perdida en algún lugar de la galaxia en
la que solo el habitaba.
De golpe, y sin ser prevenido
de forma alguna, algo impacto su pecho y atrajo su atención, el golpe había sido
fuerte, le costaba reponerse del mismo, casi no podía respirar, pero lentamente
se fue recuperando y tomando conciencia de lo acontecido, sentado en una banca
al lado de la calle, y mientras el mundo seguía su rumbo sin percatarse de su
existencia, aquel ser poco a poco regularizo su oxigenación y reenfoco su
mirada en busca de la razón de aquel evento.
Aun perdido en la nebulosa
realidad, tratando de comprender aquel evento, una imagen apareció junto a él, estaba
allí sentada a su lado, con esa sonrisa irónica que algunas veces jugaba de cómplice
y otras de enemiga, con esa mirada que solo él conocía y que causaba en sus
entrañas mariposas y terror, emoción y miedo, aceleraba su corazón sin siquiera
saber porque y encendía todas las alertas de las que su ser era capaz.
Se puso en pie de golpe e
intento huir a toda prisa, esquivando personajes extraños y escondiéndose en
cualquier lugar, trato de hacerlo con todas sus energías, mas fue inútil,
cuando sus piernas no pudieron dar más, cuando sus pulmones no se daban abasto
y sus manos estaban reposadas en sus rodillas para reponerse de aquel evento de
pánico, una voz tan dulce que hería y tan profundo que atemorizaba le dijo al oído
tiernamente,
-
Sí, soy yo, he vuelto…
Con su corazón aun agitado por
la faena y atemorizado por aquella presencia, en medio de aquel agónico
momento, encontró fuerzas en medio de aquel caos y le pidió a gritos que se
largara, no quería verla nunca más, no podía soportar su presencia un día más, no
podía tolerar su rostro, ese que tomaba la forma que sabía a el más le dolería.
Él sabía bien su nombre, hace
mucho lo acompañaba, Melancolía le decían los escritores, Recuerdos dolorosos la
bautizaron los psicólogos, Heridas le decían sus amigos, él la conocía bien, no
importaba el nombre, esa ingrata Melancolía lo había hecho sufrir, recordar,
vivir en un pasado inexistente, en momentos lejanos, en historias borrosas por
el tiempo, ella había regresado de nuevo, y estaba dispuesta a quedarse.
Camino resignado y en
silencio, ignorando a su acompañante, esa que a veces la veía bella y
atractiva, otras veces repulsiva y espantosa, cual bruja de cuento de hadas,
entro en su casa y la dejo afuera, le pidió un momento, necesitaba estar solo, necesitaba
saber qué hacer, necesitaba pensar, necesitaba no sentir, necesitaba enfocarse
en sí mismo.
Llego al baño y se paró frente
al espejo, se vio a los ojos y desnudo su alma ante sí, la vio sin escusas, sin
miedos, sin cobertores, sin espacios vacíos, sin sombras, la vio sola y
acongojada, la tomo entre sus brazos para consolar su dolor, le acaricio el
rostro con ternura, derramo un par de lágrimas, se tomó la cabeza y cayó al
suelo impotente, no había mucho por hacer, la decisión estaba tomada.
A paso seguro se dirigió a la
puerta de entrada, con los ojos inyectados, las manos empuñadas, el corazón
latiendo a mas no poder, abrió la puerta casi enfurecido y la vio a los ojos, clavó su mirada en esos
ojos misteriosos con color a pasado, la vio fijamente mientras ella cómodamente
entraba en casa, sabiéndose ganadora de aquel encuentro y aun con esa mirada cómplice
y esa sonrisa burlona le pregunto
-
Y ahora, ¿Por qué me dejas entrar?
El no respondió, entro
resignado en su casa, repitiendo hábitos casi mecánicos, sirvió café, acaricio
al perro, se sentó frente al atardecer y permaneció sumido en sus pensamientos,
no le daría el gusto de decirle sus razones, suficiente era tenerla presente en
su cercanía, además como decirle cuando se vio al espejo sin ella al lado, no
se reconoció, sintió pena de no estar triste, sintió tristeza por sonreír,
extrañaba aquel dolor de pecho que le generaba su presencia, no sabía cómo
vivir sin ella, aun cuando algunas veces la detestaba…
-
¡Ingrata Melancolía!, ¡Lárgate de una vez y déjame
en paz!
Ella sonrió llena de seguridad
y tendió sus brazos alrededor de los hombros de él y le dijo al oído,
-
¿Realmente quieres que me vaya?
El no pudo responder, siguió tomando
café y viendo al sol desaparecer, mañana lo intentaría de nuevo, esta sería una
noche melancólica otra vez, hasta el perro lo sentía y ella siempre lo supo,
otro día y otra victoria para ella, ingrata melancolía.