CASO 1
“Más vale una amistad perdida
que una tripa retorcida”, decía mi sabia abuelita, QEPD, haciendo referencia a
esos momento de incontenible sufrimiento, esos que nos obligaban hacer uso de
nuestra fuerza interior y estoicos principios, en los que los efectos de la
física y la expansión de los gases se hace presente en nuestros seres, llevando
los abdómenes a dimensiones inimaginables, y aun con los dientes rechinando,
los ojos saltones, rojos y entrecerrados y los puños cerrados a todo lo que
dan, llegando a verse totalmente blancos los nudillos de tanta presión, la
tarea de mantener la expansión de gases sin fuga alguna parece imposible, una
misión digna de Tom Cruise y sus “Misiones imposibles”.
Si a esto agregamos que esos
momento, casi por seguridad y apoyados por la siempre presente ley de Murphy,
suceden cuando estamos vestidos de frac, en una reunión elegantísima, con los
jefes y sus esposas cerca y pues es imprescindible encontrar una solución, no
queda más remedio entonces que buscar el lugar más alejado del salón, de
preferencia cercano a alguna ventana o ventilación, identificar a alguien a
quien poder echarle la culpa, de preferencia alguien con cara de culpabilidad o
sufrimiento, luego pides con toda la fe, a todos los santos que tienes en mente
y a los que no también, que el proceso sea “lo menos audible posible” y que los
aromas del fermento y proceso estomacal estén en niveles por debajo de la radiación
de Chernobil, te encomiendas, cruzas los dedos, cierras los ojos, lanzas la última
plegaria y… dejas que la física haga su trabajo, que la naturaleza fluya, que
el abdomen se relaje, y no solo el abdomen, y claro, es imprescindible salir a
otro rincón del salón para no estar cerca de la evidencia y poder señalar a la
víctima previamente seleccionada, claro todo lo anterior me lo han contado mis
amistades, lo visto en estudios conductuales estrictos y, deseo dejar claro,
que no es nada que alguna vez me sucediera a mí.
CASO 2
Pero si el caso anterior es
motivo de discusiones intensas en los más altos niveles de los círculos
intelectuales mundiales, desde Oslo hasta Nueva York, desde las universidades
de Praga, Moscú, Salamanca y la Sorbone
de Paris, es el conocido y renombrado caso del visitante verde inesperado, y
no, no hace referencia a extraterrestres con pistolas laser y caras de pocos
amigos, tampoco hace referencia al gigante verde, musculoso, descerebrado y
poco amable monstruo lleno de rayos gama al que nombran Hulk, y menos aún del
ogro maloliente, sucio, poco educado pero amistoso Shrek. De lo que hablamos en este estudio meticuloso
es del momento aquel, el cual siempre es el más inoportuno como bien lo
vaticinaba Murphy en sus leyes, en el cual en un acto reflejo casi
imperceptible nuestros pulmones expulsan con toda su fuerza el aire que
contienen por el tracto respiratorio, pasa velozmente el aire por la laringe, se
dirige a velocidades de vértigo por la nariz buscando una salida inmediata y
finalmente sale de nuestro cuerpo… pero ¡O SORPRESA!, no salió solo el aire, en
su proceso de salida paso tomando de la mano a un amigo pegajoso y verde que
por alguna razón aún desconocida, pero en proceso de análisis a profundidad, el
verde y pegajoso visitante fue a estacionarse en el lente derecho de nuestro
interlocutor, al igual que el caso anterior hablo en base a evidencia literaria
y no por motivos referentes a experiencias propias.
CASO 3
Los dos casos anteriores son
objeto de mucha investigación, pero la realidad es que son procesos de generación
involuntaria, el tercer caso es un poco más relacionado con el masoquismo y la
falta de criterio, están más ligados con la irresponsabilidad y el ácido láctico
que contienen nuestros músculos, es el caso del simpático caminar, es el caso
de lo difícil que puede ser el proceso de tomar un vaso de agua sin derramarlo
sobre la camisa, el proceso que al ser crítico hace casi imposible mover el
brazo para lavarnos los dientes, hablo del proceso POST ejercicio intenso, ese
ejercicio que realizamos después de 10 años de sedentarismo y creemos que aun
somos los mismos que hace una década, hacemos los ejercicios con todo el
feeling posible, dando muestra y haciendo gala, por orgullo y no por capacidad, de nuestra aun delicada
fortaleza al hacer ejercicios, la juventud aun la sentimos en nuestro ser,
nuestros músculos, sorprendidos por la actividad hacen todo su esfuerzo para
mantenernos en pie, nuestros pulmones hacen lo que pueden para mantenernos
respirando y nuestro corazón casi pide a gritos un cardiólogo y resucitación urgente,
al final vamos saliendo erguidos en ágil caminar, aunque con un temblor de
piernas que pareciera que vamos bailando samba y no caminando, vemos las gradas
para bajar con más miedo que cansancio, y después de un alegre danzar por ellas
milagrosamente llegamos al suelo, y con orgullo partimos hacia nuestras
actividades.
Lo bueno viene al día
siguiente, levantarse de la cama es un acto cirquense en el que procedemos a
dar mil vueltas antes de poder bajar una pierna de la cama y aruñando la pared
nos ponemos de pie… o algo así, cuando para lavarnos los dientes debemos poder
el cepillo en el lavamanos y mover la cabeza de un lado a otro porque el brazo
no sirve ni para agarrar un borrador y ni pregunten por la ida al baño, cuando
la vestida es más dolorosa que caída bicicleta en montaña de piedras y sin
poner las manos, la puesta de zapatos menos mal que son mocasines porque si no
me hubiera ido descalzo al trabajo. Lo
anterior es de hacer notar que trae como consecuencia el efecto de los casos 1
y 2 en repetidas oportunidades, en repetidos eventos y en cantidades
ilimitadas, tanto en la realizada de los ejercicios como en el día después.
En síntesis, si los primeros
dos casos son producto de la causalidad, los factores aleatorios o la mera mala
suerte, el tercero es producto directo del masoquismo, el orgullo y la vejez…
Lamento no poder seguir
escribiendo pero tengo calambre en la oreja, me duelen hasta las pestañas y ¡ya
ni se cómo le voy a dar ENTER a esto para publicar!
¡AUXILIO! El tercer caso si es
voz de experiencia… ¡piedad!
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