Y sin saber porque, sin siquiera recordar cómo,
me fui apareciendo en aquel lugar, bajo una nublada tarde de agosto, sintiendo
el viento en mi rostro anunciar una lluvia y viendo a mis pies tomar camino,
como demostrándome que tenían voluntad propia y que sabían a donde llevarme,
mientras mi mente se fijaba en aquellos espacios diminutos, en aquellos
pequeños edificios que asemejan una ciudad en miniatura, pero sin ruido, únicamente
con el sonido de las hojas de los arboles meciéndose con el viento y esperando
ansiosas las gotas que están próximas a llegar.
Muchos de aquellos pequeños edificios son de un
blanco inmaculado, aunque hay algunos menos cuidados, desgastados por el
tiempo, mostrando en sus esquinas ese gris tan típico de la tristeza y la ausencia, algunas
grietas cargadas de recuerdos y una capa de polvo que parece acurrucarse entre
las ventanas opacas.
Allí me vi andando, entre sonrisas inexistentes
y rostros invisibles, dando saludos a los muchos que aún esperan una visita y a
los que hace mucho se saben libres, pero no quieren irse. Entre ellos también están
los resignados que saben que nadie llegará y lo esperanzados que ven un rostro
familiar en cualquier visitante, a todos les sonreía mientras lentamente me
adentraba en aquel lugar.
Me sentí lleno de paz, tal vez sería la brisa,
tal vez lo nublado de la tarde, tal vez mi soledad entre tantos ausentes, tal
vez el cantar de los pájaros, tal vez el recuerdo de mis ausentes allí presentes,
tal vez el abrazo recordado y la caricia extrañada, tal vez la seguridad de lo
que se sintió y un espacio para dejarse llevar por lo que se fue, tal vez y
solo tal vez, mi mente necesitaba recordarme lo mucho que me gusta recordar y
como calma mi alma aquel lugar.
Que lugar puede ser más seguro que el recinto
donde yacen los restos humanos de seres que emprendieron el viaje a quien sabe dónde,
que lugar puede llenar más que donde se recuerdan las huellas dejadas por los
pasos de los que ya no están, las caricias, las sonrisas, los abrazos, los momentos y las miradas de los que estuvieron a nuestro lado.
La lluvia se hace presente y de golpe su frio
tacto me hace despertar, sentado junto al espacio aquel que ocupan unos huesos
que aun llenan de vida mi ser, un hasta pronto le digo desde mi mente, una
sonrisa apagada le dejo por si acaso me ve, lento camino hacia afuera esperando
que el agua, que ahora cae a torrentes, limpie la melancolía y refresque la
memoria de aquellos años que no volverán.
No sé cómo llegué aquí, pero sin duda
necesitaba llegar.
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