martes, 29 de agosto de 2017

Entre ausentes.

Y sin saber porque, sin siquiera recordar cómo, me fui apareciendo en aquel lugar, bajo una nublada tarde de agosto, sintiendo el viento en mi rostro anunciar una lluvia y viendo a mis pies tomar camino, como demostrándome que tenían voluntad propia y que sabían a donde llevarme, mientras mi mente se fijaba en aquellos espacios diminutos, en aquellos pequeños edificios que asemejan una ciudad en miniatura, pero sin ruido, únicamente con el sonido de las hojas de los arboles meciéndose con el viento y esperando ansiosas las gotas que están próximas a llegar.

Muchos de aquellos pequeños edificios son de un blanco inmaculado, aunque hay algunos menos cuidados, desgastados por el tiempo, mostrando en sus esquinas ese gris tan típico de la tristeza y la ausencia, algunas grietas cargadas de recuerdos y una capa de polvo que parece acurrucarse entre las ventanas opacas.

Allí me vi andando, entre sonrisas inexistentes y rostros invisibles, dando saludos a los muchos que aún esperan una visita y a los que hace mucho se saben libres, pero no quieren irse. Entre ellos también están los resignados que saben que nadie llegará y lo esperanzados que ven un rostro familiar en cualquier visitante, a todos les sonreía mientras lentamente me adentraba en aquel lugar.

Me sentí lleno de paz, tal vez sería la brisa, tal vez lo nublado de la tarde, tal vez mi soledad entre tantos ausentes, tal vez el cantar de los pájaros, tal vez el recuerdo de mis ausentes allí presentes, tal vez el abrazo recordado y la caricia extrañada, tal vez la seguridad de lo que se sintió y un espacio para dejarse llevar por lo que se fue, tal vez y solo tal vez, mi mente necesitaba recordarme lo mucho que me gusta recordar y como calma mi alma aquel lugar.

Que lugar puede ser más seguro que el recinto donde yacen los restos humanos de seres que emprendieron el viaje a quien sabe dónde, que lugar puede llenar más que donde se recuerdan las huellas dejadas por los pasos de los que ya no están, las caricias, las sonrisas, los abrazos, los momentos y las miradas de los que estuvieron a nuestro lado.

La lluvia se hace presente y de golpe su frio tacto me hace despertar, sentado junto al espacio aquel que ocupan unos huesos que aun llenan de vida mi ser, un hasta pronto le digo desde mi mente, una sonrisa apagada le dejo por si acaso me ve, lento camino hacia afuera esperando que el agua, que ahora cae a torrentes, limpie la melancolía y refresque la memoria de aquellos años que no volverán.


No sé cómo llegué aquí, pero sin duda necesitaba llegar.


A sorbos

Sorbo a sorbo se va consumiendo el café de aquella mañana, día nublado de junio en el que el cielo parece informar que pronto dejará caer go...