El estadio estaba lleno a reventar, había espectadores
por doquier, unos se abalanzaban sobre otros para tener la mejor vista del
campo, vestían uniformes de sus equipos, llevaban pintas en el rostro y
cantaban, o algo parecido, los himnos de su afición, había gritos, había algarabía,
había ansiedad, había adrenalina corriendo por las venas de cuantos estaban allí
presentes esperando, casi angustiados, casi a punto de colapso nervioso, la presentación
en el campo de aquellos jugadores que vestían sus colores y con orgullo les
representaban en el campo de batalla.
El sol quemaba la piel, el viento frio aliviaba
las quemaduras, los ecos y canticos a todo pulmón inundaban aquel recinto que
no tenía espacio para albergar un ser más, se escuchaban vítores, se escuchaba
a los seguidores gritar los nombres de sus jugadores preferidos, se cruzaban
miradas entre seguidores rivales, había explosiones en donde esas miradas de
cruzaban, y cada uno quería que sus cantos se escucharan más que el de los
rivales.
Lentamente fueron apareciendo, por el costado
del campo, los encargados de poner orden en aquella batalla que estaba por
iniciar, los árbitros entraron solemnemente, con balón en mano y seguidos de dos
filas de jugadores que estaban a punto de dejar el alma sobre aquel espacio
cubierto de grama verde y fresca, parecía como que en el campo no se escucharan
los gritos y todo sucediera en cámara lenta y en el más absoluto silencio, miradas
concentradas de gladiadores preparados castigar el balón con fuerza, para
hacerlo bailar con dulzura, para hacerlo rebotar con habilidad y para hacerlo
girar velozmente.
La energía que rodeaba aquel espacio verde estaba
al máximo, las camaras capturaban los momentos, los jugadores en su posición, la elegancia de los porteros como
guardianes últimos de sus arcos, los defensas como línea protectora, el medio
campo lleno de agilidad y los delanteros con la chispa y velocidad que les
caracteriza, todos preparados para dar el máximo y llevarse la victoria,
llevarse los aplausos, retribuir a su afición el apoyo y la pasión.
El silbato sonó y el partido inició, hubo de
todo, saltos, tiros largos y cortos, jugadas de ensueño, atajadas de película,
goles de campeonato, gritos de apoyo, gritos de reclamos a los árbitros,
pasiones encendidas, gritos de alineación
entre los jugadores, empujones, saltos, bailes, arte hecho deporte, fantasía
sobre césped y con un balón a los pies, elegancia por los aires, seguridad en
las atrapadas, un verdadero deleite para los sentidos, una exhibición de pasión,
habilidad, mente y corazón.
El silbatazo final se hizo presente, los gritos
y aplausos inundaron aquel templo deportivo, una que otra lagrima de emoción
rodo en los rostros de los aficionados, los antes gladiadores se formaron y,
como caballeros del deporte, se saludaron unos a otros felicitándose por lo allí
acontecido, con los rostros y uniformes empapados de sudor y manchados del
verde del campo de batalla, unos y otros celebraron el espíritu del deporte, fundiéndose
en un abrazo de hermandad.
No fue la Champions, tampoco el mundial, no
fueron las eliminatorias mundialistas ni ninguna liga de primera división, si
usted no ha estado en un partido de futbol de la liga infantil no sabe lo que
es pasión, adrenalina y emoción, ¡y ya con esta edad se sale del partido hasta
con hipertensión!
Un brazo a todos esos niños que con pasión nos
muestran que el deporte puede unir, se puede disfrutar, que por sobre la
competencia está la camaradería y el compañerismo y vale la pena sonreír; mis
felicitaciones a esos padres, madres, abuelos, hermanos, tíos, amigos, etc. que
llegan, como fanáticos de primer nivel, a apoyar a los niños, a motivarlos a
seguir y enseñarles lo profundo del espíritu deportivo, la disciplina, el
respeto y la inclusión; un saludo a los entrenadores, que dejan alma, corazón y
algunas veces el hígado, en cada enfrentamiento.
Porque los niños tienen mucho que enseñarnos y
el deporte mucho que aportar, porque el respeto impere y el deporte sea un
pilar de enseñanzas de vida para nuestros hijos.