Se fue despacio, silencioso, sin ser visto ni
extrañado, sin pena ni gloria, sin dejar marca dolorosa, sin hurgar en heridas ni
intentar lastimar en lo profundo, se fue resignado, sabiéndose diferente, sabiéndose
indiferente, sabiendo que su momento había pasado, entendiendo que ahora era
solo un pedazo de memoria y no un sentimiento incompleto, se fue sabiendo que
ya no dolía, que ya no marcaba, que ya no era el dolor de un de un ayer que se
extrañaba y se había convertido en un recuerdo inocuo, indoloro, hasta bonito,
de un pasado lejano, de un momento distante, de un sentir inexistente.
Nació siendo intenso, vivió en melancolía, envejeció
en la nostalgia y se despidió en paz y anonimato.