miércoles, 23 de noviembre de 2016

EHDO - CAPITULO XXV

La puerta suena en la humilde casa de aquel pueblo, eran las 4 de la madrugada, todo estaba obscuro y frío, en el interior se escuchan murmullos y voces temerosas, después de unos segundos una pequeña ventana se abre y un rostro masculino se asoma.

-       ¿Qué quiere?
-       Ayuda
-       No le entiendo
-       Necesito papeles para salir de Guatemala
-       Aquí no hay nada, por favor retírese – dijo el hombre cerrando la pequeña ventana
-       Gracias a mi es que tus hijas están vivas – dijo el capitán
-       ¿Cux?, ¿qué haces aquí?, yo no tengo nada… - dijo la voz llena de miedo
-       No vengo por vos, necesito ayuda
-       Se abrió la puerta y el capitán entró silenciosamente.

El hombre le ofreció algo caliente de tomar, un café era lo único que tenía, le pidió a su mujer que se fuera a la habitación con las niñas, él se sentó a la mesa, temeroso aun y sin entender mucho de lo que pasaba.

-       ¿Qué te pasa Cux?, ¿Qué estás haciendo aquí?
-       Necesito ayuda, quiero salir de Guatemala con papeles falsos, es urgente, por tu seguridad no puedo darte más información.
-       Ok, mañana puedo ir a la municipalidad a pedir una cedula, si tengo suerte me la dan en 4 días, mientras tanto podés esperar aquí.
-       No, yo me voy de aquí en unos minutos, no quiero ponerte en riesgo ni a tu familia, necesito la cedula en un día, el ejército me busca.
-       ¿Cómo? ¿Pero qué hiciste vos? Si el ejército era como tu familia, así decías vos.
-       Hice mucho, y dije mucho también ¿me podés ayudar o no? – dijo con su acostumbrado tono cortante.
-       Si, necesitare más dinero si es urgente
-       Está bien, por eso no te preocupes
-       ¿Dónde te vas a quedar mientras tanto?
-       Yo ya veré donde, mañana vengo a la misma hora
-       Está bien, pero ¿qué hiciste?
-       … me cuestioné… - dijo mientras se levantaba de la mesa
-       Ok, mañana tendré lo que necesitas – dijo casi compadeciéndose de su amigo
-       ¿Has sabido algo de ella? – dijo casi melancólico, preguntándole por aquella muchacha que le había enseñado que cuestionarse no era malo, la misma que en alguna reunión los había presentado
-       Se fue mi amigo, después de tu partida se fue a estudiar a otro país, no supe más. – dijo con tono sombrío.
-       … mañana nos vemos…- no dijo más, no pudo.

Salió asegurándose que nadie observaba, aun con las últimas horas de obscuridad como protección se fue y buscó refugio, donde nadie lo viera, donde nadie supiera quien era, debía esperar 24 horas, era mucho tiempo y él lo sabía, pero tenía que hacerlo si quería salir sin dejar rastro, sabia todos los pasos que debía seguir, pero este era el paso más crítico del proceso, era su seguro de que no habría como rastrearlo una vez dejara atrás su otrora país adorado.

Saúl, el amigo que conseguiría los papeles se quedó perdido en sus memorias, sentado en aquella vieja silla de comedor y rodeado de la más densa obscuridad, llegaban a su mente las escenas de aquel joven buena persona pero con mente totalmente cerrada y adoctrinada, el “Cuque” le decían quienes lo habían conocido, era una persona muy extraña en el medio de un grupo de amigos que profesaban la libertad y los derechos por sobre todo, un grupo estudiantes que vivían entre libros y cervezas, que buscaban respuestas a cosas que Cux ni siquiera se le había ocurrido la posibilidad de que tuviera alguna pregunta.  Le tomaron cariño, era como un niño con músculos y corte de pelo estilo militar, todo lo que allí escuchaba lo asombraba, era como si ante él se abriera un mundo nuevo, un mundo que jamás habría conocido de no ser por Julia, es dulce mujer que disfrutaba de aquel niño y le enseñaba con ternura y paciencia.  Así fueron pasando semanas y meses, el “Cuque” ya era uno más del grupo, hasta que un día, sin dar aviso alguno a nadie, ni siquiera a su querida Julia, dejo de presentarse y unos días después Julia recibió una carta que le partió el alma y la hizo temblar, no de miedo, no de angustia, la hizo temblar de dolor y soledad, la hizo sentir el desamor, sintió en carne propia el golpe bajo de la doctrina y decidió partir, se fue lejos, con algunos familiares que vivían fuera fue lo único que dijo, nadie supo a donde, nadie supo cuándo, nadie del equipo la volvió a ver.

Años después, es un puesto de registro, uno de esos retenes que el ejército montaba a su antojo en las carreteras del país para interceptar “guerrilleros”, en una carretera húmeda que se abría camino entre el bosque frio del altiplano del país, un soldado le hizo la señal de detenerse a Saúl, él viajaba con su esposa, su madre y sus dos hijas, al detenerlos los hicieron bajar del automóvil a todos, sin importar lo frio de aquella tarde y lo indefenso de las niñas, casi bebés, y se dispusieron a revisar todo el vehículo, revisaron por armas, municiones, algún guerrillero escondido o alguna señal de que aquella familia era defensora del comunismo, a mitad de aquella revisión estaban cuando Saúl recordó que en la parte de atrás del vehículo llevaba un tiradero de libros, algunos de ellos podían ser tildados como “comunistas” y eso era suficiente para ser desaparecido o bien asesinado en aquel mismo lugar frente a su familia.

Después de minutos que parecieron horas, un soldado dio la alerta de haber encontrado material subversivo, algunos libros de historia y otros de Marx que denotaban claramente, según el adoctrinamiento militar, que el dueño era un comunista y por lo tanto estaba en contra del país, en ese momento Saúl sintió un golpe tras sus rodillas y cayó al suelo, otro soldado encañono a las niñas indicándole que si él se movía sus hijas morirían, el soldado que había hecho el hallazgo, lleno de placer le apunto un arma en la cabeza a Saúl quien no tenía idea de cómo defender a su familia, el soldado con una sonrisa lo vio a los ojos y dijo

-       Ve pues gerrinche, se te acabo la suerte, hoy vas a ver a San Pedro
-       No soy guerrillero oficial, soy maestro de historia en la universidad y esos son libros de texto – replico Saúl con la voz entrecortada y pidiendo con la mirada que no le hicieran nada a su familia.
-       ¡Pues a ver si enseñas historia en cielo cabrón!, pero primero vamos a atender a tus mujeres – dijo el soldado dirigiendo una serie de gestos desagradables a las mujeres que temblaban de miedo e impotencia mientras las niñas lloraban sin emitir sonido alguno.
-       Por favor, dejalas ir, yo me quedo y haces lo que tengas que hacer, pero dejalas ir, ellas no tienen nada que ver con esto.
-       Eso lo hubieras pensado antes…

El soldado le sonrió a las mujeres y estaba a punto de golpear con el arma a Saúl para dejarlo noqueado, cuando una voz que le sonaba familiar a Saúl sonó atrás de él y habló con autoridad.

-       ¿Hay algún problema soldado?
-       Tenemos un guerrinche mi Capitán, toca sacarle una confesión antes de subirlo al bus que va con San Pedro.
-       Suéltelo, déjelos ir.
-       Pero Capitán, las ordenes que tenemos son…. – el soldado no pudo finalizar la oración cuando recibió una orden directa y casi a punto de grito.
-       ¡aquí las ordenes las doy yo!, ¡déjelos ir! No son amenaza, es un profesor y su familia.
-       Sí señor.

Saúl supo que le habían salvado la vida, el “Cuque”, con su semblante serio de siempre, con esa imagen fría e indescifrable hizo a un lado a los soldados, dejo subir a toda la familia al vehículo, y los vio partir, por un instante se vieron a los ojos, ambos supieron que había sido una mujer especial, que ahora vivía en el extranjero, la responsable de haber salvado aquellas vidas de quien sabe que destino.  Saúl agradeció con la mirada, el “Cuque” parecía frio como siempre, pero algo de su mirada indicaba que se sentía satisfecho de haber ayudado, entendía por primera vez, que aquella semilla sembrada mucho tiempo atrás, seguía dando sus frutos, estaba creciendo en medio de aquel silencioso ser.

El coronel, mientras tanto, daba órdenes a sus hombres para que iniciaran una cacería contra el capitán, debían localizarlo y traerlo de vuelta al cuartel, vivo o muerto, no importaba, debían traerlo de regreso y, junto con él, debían traer una serie de documentos clasificados que él se había llevado.

Todos asintieron, sin preguntar, sin cuestionar, como habían sido entrenados.

A sorbos

Sorbo a sorbo se va consumiendo el café de aquella mañana, día nublado de junio en el que el cielo parece informar que pronto dejará caer go...